viernes, 17 de abril de 2009

Bahias de Ensueño - Mazarrón


Bahías de ensueño
Cordones de arena y grava unen varias playas con el Cabezo del Castellar y la Punta de los Gavilanes donde se ha encontrado una fundición de plata fenicia
La costa de Mazarrón aún no ha perdido su impronta familiar, especialmente en invierno. Desde la Punta del Rihuete hasta el Cabezo de Castellar, se dan la mano una sucesion de bahías de ensueño ajenas al bullicio callejero, bañadas por un Mediterráneo tibio y en calma, una cadena de playas recogidas y luminosas, como la caricia del primer sol. A ese reclamo acuden cada verano familias atraídas por la fina arena que la brisa del mar introduce en las terrazas de las casitas de una planta, viviendas sencillas que han resistido los embates de las nuevas urbanizaciones.
Las playas de Bahía, La Pava, Nares y Castellar son arquetipo de lo escrito, un pequeño mundo de chapinas, birlochas, toldos a rayas, gaviotas, bicicletas, cantos rodados, caracolas, palmeras, hamacas de loneta, persianas azules y verdes, terrazas a pie de playa, velas en el horizonte, pescadores de caña, embarcaciones que vuelven a puerto, días de salir al trasmallo, soltar la nasa o recoger el boliche, tres artes de pesca utilizadas durante siglos.
Llegas a Puerto Piojo, que es así como nombran los pescadores la playa de la Isla, y regresan a la memoria imágenes amarillentas de la niñez que parecían olvidadas: las salinas de Mazarrón, el hotel Bahía, la isla de Paco que da cobijo de miles de gaviotas, el cabecico de los Aviones, la ciudad encantada de Bolnuevo o la llamada «junta de los mares», que al subir la marea cubre el tómbolo rocoso del pico del Águila que enlaza las playas de Bahía y La Pava; otro tanto acontece con la restinga del cabezo del Castellar, donde se han encontrado ánforas romanas y numerosos restos de cerámicas.
Mazarrón es «lugar antiquísimo», han dejado escrito los historiadores. Para aseverarlo basta con citar la cueva del Caballo, habitada en el período magdaleniense, las pinturas rupestres de la Higuera (Isla Plana), los dos barcos fenicios hundidos en la playa de la Isla (siglo VII antes de Cristo), la estatuilla de la diosa Ceres encontrada en La Serreta junto a un tesoro de ánforas, urnas cinerarias y mosaicos, las termas del siglo II a. C., el acueducto romano de Las Moreras, la necrópolis, la factoría de salazones localizados en la calle Trafalgar, con salas para despiece, salado y elaboración de salsas, y la piedra sepulcral de Epéneto, primer obispo de Begastri, localizada a principios del siglo XIX en el campo de Susaña.
A estos hallazgos hay que sumar otro de gran imporancia en la punta de los Gavilanes, junto al pico del Águila, sobre el tómbolo que enlaza las playas de Bahía y La Pava «una población estable centrada, por el momento, en el siglo VII a. C., de probable raíz indígena fenicia occidental», y la «fundición» más antigua de plata conocida en el sureste, «una factoria destinada, desde la primera mitad del siglo IV a. C. y durante casi todo el III a. C., al beneficio de la plata del plomo metálico obtenido el tratamiento de minerales argentíferos procedentes del polígono minero de Mazarrón». Antes, precisa María Milagrosa Ros Sala, que desde 1998 interviene en las excavaciones, «se han documentado distintas ocupaciones humanas que se remontan a los inicios del II milenio a. C.».
Laguna residual
En otro tiempo, la bahía de Mazarrón fue una laguna residual, una albufera jalonada por una serie de colinas bajas que, como las Lomas de Sánchez y de las Herrerías, estuvieron habitadas desde época protohistórica hasta el siglo I a.C.
La barra de arena o tómbolo que une la playa de Nares con la isla del Castellar, convertida en cabezo por la deposición de los materiales arrastrados por dos corrientes marinas, es un espacio mágico para la gente menuda, un auténtico remanso de paz y de luz donde las horas transcurren lentas y provechosas, lejano el perfil de Cabo Cope, abriendo un libro o esperando a que el sol se apague tras la sierra de las Moreras.
El 9 de enero de 1956, esta playa fue testigo de la muerte de dos hermanos y la desaparición de un tercero. Naturales y vecinos de Haro (La Rioja), cerraron la casa familiar y se trasladaron a Cartagena. Al día siguiente tomaron un taxi que los llevó a Mazarrón y a la mañana siguiente, dos de ellos aparecieron tumbados en la arena, sin vida, junto a una botella de champán y tres copas con sal de acederas. La desaparición de la hermana menor dio lugar a todo tipo de especulaciones, y el caso sigue siendo un enigma. Conocido por «el crimen de las tres copas», Fernando Fernán Gómez la llevó al cine bajo el título Viaje a ninguna parte.
De las minas que constituyeron la principal riqueza del municipio apenas quedan los ocres, azules y almagras de los cabezos decapitados y la silueta de los castilletes que se yerguen en los cerros de San Cristóbal y Los Perules. De los paisajes naturales debe visitar la albufera de las Moreras, las reservas forestales de Las Crisolejas, Los Alamicos y Fortuna, la playa de las Azucenas y las gledas de Bolnuevo, paisaje onírico tallado por el agua y el viento.
Feliz retiro de jubilados europeos que plantan las caravanas en hermosos acantilados, disfrutan del sol, pedalean o caminan por ramblas flanqueadas de adelfas, eucaliptus y palmeras, y se bañan con el alba en playas tan fantásticas como las de Bahía, La Pava y Nares.

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